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Según la leyenda fue la pereza y no Roma la madre del Acueducto...

Una muchacha que trabajaba como aguadora, harta de arrastrar el cántaro por las empinadas calles de la ciudad, aceptó un trueque con el diablo: dispondría este del alma de la mujer si, antes de que cantara el gallo, el agua llegaba hasta la puerta de su casa.

Consciente de su culpa, la joven rezó hasta la extenuación para evitar la pérdida de su alma. Mientras, una tormenta se había desatado y el diablillo trabajaba a destajo. De pronto el gallo cantó y el Maligno lanzó un alarido espeluznante: por una sola piedra sin colocar había perdido el alma de la muchacha.

Esta confesó su culpa ante los segovianos que, tras limpiar con agua bendita los arcos para evitar el rastro de azufre, aceptaron felices el nuevo perfil de la ciudad.

Y dicen... que los agujeros que aún se ven en las piedras son las huellas de las pezuñas del demonio...

 Hoy la ciudad rinde tributo a esta hermosa leyenda con la escultura del diablillo de Segovia, el "verdadero" artífice del Acueducto. Esta escultura representa al diablo derrotado sosteniendo el último sillar del Acueducto que le quedó por colocar, haciéndose un selfi con su obra inacabada.

La escultura, obra de José Antonio Abella, se encuentra en la calle San Juan, desde donde podemos contemplar una de las mejores panorámicas del bimilenario Acueducto.